Han sido muchos meses sin salir a fotografiar "en serio" debido al parón de la pandemia. Por eso cuando se planteó la nueva convocatoria del Rally Fotográfico de la Montaña Palentina, después de haber tenido que suspenderse la del año pasado, vi claro que tenía que romper con la inercia y hacer un esfuerzo extra por desenfundar los cachivaches y salir a fotografiar.
Animado por las primeras nieves, fijé mi objetivo en un valor seguro como es el Espigüete, y organicé toda la logística, que no es poca, para poder salir a retratarlo. Esta vez como destino pensé en salir desde Triollo hasta el collado del Coto Blanco, junto a la Peña del Tejo, por ser un lugar con unas vistas especialmente bonitas de la montaña.
La previsión del tiempo para el día que yo podía subir no era del todo buena. Anunciaba nubes muy cerradas por la mañana, así que decidí dormir abajo en el pueblo, en un refugio que tengo a medio construir, y así poder tomar decisiones en el mismo momento de salir.
Cuando sonó el despertador a las cuatro de la mañana resultó que la noche estaba tan fría como despejada. No tenía disculpa. Con mucha pereza (en el refu dentro del saco se estaba fenomenal pero fuera habría cuatro o cinco bajo cero), cogí las cosas y eché a andar bajo miles de estrellas que recuerdo especialmente brillantes esa noche.
Cuando llevaba un rato subiendo, totalmente a oscuras salvo por la luz del frontal y las estrellas, empecé a distinguir vagamente la silueta de unas enormes nubes que se acercaban por el Norte y parecían envolver el Curavacas. En ese momento el gps avisaba de que la batería estaba en las últimas.
Aunque no se trata de una ascensión demasiado complicada, con nieve en la parte alta y sin el camino marcado, no me apetecía nada llegar hasta arriba para verme metido en la niebla y luego tener que bajar a tientas, ¡y encima sin foto! Empecé a plantearme si dar la vuelta pero decidí seguir veinte minutos más, vigilando de cerca las nubes y la batería del gps, así como tatando de memorizar por si acaso dónde comenzaba la pista, bastante por debajo ya de las rocas por las que trepaba ahora.
Así, después de un par de paradas más en las que volví a cuestionarme si seguir o bajar llegué hasta el collado, afortunadamente con el cielo igual de despejado que al principio. Sin embargo, el Curavacas sí se había terminado de cubrir por completo y parecía estar reteniendo el montón de nubes que querían pasar desde Cantabria.
Total, que finalmente llegué arriba a buena hora para comer algo y preparar la sesión. El amanecer estuvo muy bonito y no demasiado frío, aunque bastante ventoso. De hecho cuando me di la vuelta un momento para sacar un cacho de pizza medio congelado de la mochila, el viento me tiró el trípode con cámara y todo, con la suerte de que cayó sobre unas escobas... me debí de quedar blanco del susto.
El rato se pasó bien, pero no conseguí ninguna foto especialmente buena. Una vez delante del ordenador comprobé que efectivamente en las mejores tomas el viento había deslucido un poco la nitidez en los primeros planos.
Casi contento de tener una buena disculpa para salir de nuevo, y aprovechando que este año la convocatoria lo permitía, volví a organizar toda la logística para salir una segunda vez en busca de algún instante memorable.
Esta vez repetí la dinámica de dormir en el pueblo y salir por la noche, pero dirigí mis pasos nocturnos desde Vidrieros hacia el Pando. Un lugar que para mí tiene algo mágico.
Subí despacio y haciendo alguna parada. No quería sudar demasiado para evitar quedarme frío arriba, esta vez iba sin ropa de recambio. Al poco de echar a andar pude ver una estrella fugaz tremenda, de esas anaranjadas que dejan marcada la estela unos segundos en el firmamento.
Aunque me ha pasado más veces, siempre me parece maravilloso. Es algo que de alguna manera te conecta con el Universo. Pero lo que nunca me había ocurrido, y me pasó esta vez en la parada que hice justo antes de llegar a la cima, es "oir" una estrella fugaz.
Mientras bebía del termo un trago de caldo calentito escuché detrás de mi, en lo alto, un chasquido suave que me llegó como un eco. Al girarme pude ver la estela que quedaba en el cielo. Fue impresionante. En ese momento creo que busqué incrédulo a alguien al lado para preguntarle: "¡Hostia, tío...! ¿¿¡has visto eso!??" Pero me tuve que reir porque evidentemente por allí solo estaba mi mochila...
El caso es que poco después de las siete llegué arriba. Pico Pando, 2.221 metros. Después de dar los buenos días al Curavacas que estaba desperezándose todavía, me puse a remanso para desayunar algo. Soplaba viento de narices. Sobre las siete y media, animado y con buenas vibraciones, preparé cámara, trípode, objetivos... y el resto ya lo conocéis.
El amanecer estuvo muy bonito. Mucho viento tal vez, pero esto ayudaba a que las nubes fueran desfilando con formas y colores cambiantes por encima de las montañas, que a esas horas y por unos instantes se tiñen con unos colores bellísimos. Como la foto del concurso está tomada con un teleobjetivo potente, encuadra el motivo en la distancia y, subiendo el ISO y la velocidad de disparo, no tuve problema esta vez de primeros planos movidos.
Una vez más, tengo que agradecer a la organización haber sacado adelante esta convocatoria del Rally, en momentos tan complejos, que nos permite seguir mostrando la belleza de un territorio tan singular como es nuestra Montaña Palentina. ¡Hasta la próxima!